martes, 4 de febrero de 2014

Del Tinto y del Sombrero

Un pasado de leyendas llevan a cuesta los "tinteros" que a diario encontramos en el Corralito de Piedra. Descendientes de los Zenúes, los mejores ingenieros hidráulicos de la era precolombina y creadores del sombrero vueltiao, los tuchineros hacen parte de la imagen cotidiana de nuestra ciudad. 
Bajo la denominación "Zenú" se agrupan tres civilizaciones: Finzenú, Panzenú y Zenufana.  Tuchín corresponde a Finzenú, considerado el más desarrollado de los tres señoríos, especializado en la elaboración de objetos manufacturados. Desde tiempos prehispánicos, los aborígenes usaban el sombrero para cubrirse del sol durante las jornadas del cultivo de maíz. Tuchín fue fundado en 1826, las familias que poblaron la zona se dedicaban a ciertas actividades comerciales, como el intercambio de productos alimenticios y artesanales. Contaban con hierbateros que a base de plantas medicinales, combatían las enfermedades que padecía la comunidad.
Los tuchines han conservado un gran patrimonio cultural con el cual se han identificado plenamente, no obstante, celebran fiestas tradicionales propias del encuentro cultural, como lo son, la Semana Santa, San Simón, todos los santos y fandangos.
Su economía está basada en la producción de artesanía elaborada en caña flecha, como el sombrero vueltiao, accesorios, bolsos, billeteras, porta gafas, etc. lo que debe hacernos pensar el por qué de su tránsito "del sombrero al tinto"
En el municipio de Tuchín se da la agricultura de tipo tradicional. La falta de maquinaria, los altos costos de insumos, la carencia de canales de comercialización y la violencia, han sido algunos de los obstáculos para que la agricultura se desarrolle.
En la actualidad, los descendientes de los Zenúes, viven en 17.000 hectáreas que el Gobierno les entregó a través del INCORA. Su lucha por recuperar la autonomía en sus territorios no ha terminado, aunque esto haya traído como consecuencia el asesinato de varios de sus líderes y capitanes a manos de los grupos armados al margen de la ley. Ha sido precisamente esta lucha histórica por la identidad y el territorio, que han migrado hacia otros lugares y hoy tenemos un buen número de tuchines en nuestra ciudad, porque prefirieron huir antes que morir.
Mientras converso con uno de ellos, con un movimiento rápido, agarra uno de sus termos y me sirve el tinto en un pequeño vaso plástico, en medio del bullicio de la Plaza de Bolívar y bajo la mirada inquieta de los presentes y transeúntes. 
Estos amables personajes tienen entre ellos rasgos que los identifican, todos se parecen, también, muchos son familiares, y hasta algunos viven en la misma casa. Están en las plazas y esquinas de nuestra ciudad, y para cumplir con sus tarifas de venta, llegan a caminar hasta 20 kilómetros por día. Con lo que ganan tienen para vivir y para mandar a sus familiares en Tuchín, quienes se quedaron tejiendo sueños y artesanías.
Los tuchineros se han convertido en parte de nuestra cotidianidad, caminan junto a nosotros, y tanto Cartageneros como turistas, hemos tomado uno de sus sabrosos tintos.
Con sus cajas de termos en la mano, cajas que hablan de su herencia ancestral, desde tempranas horas inician su recorrido por esta ciudad, trenzando día tras día nuevos capítulos en la historia de los Zenúes del tinto y del sombrero.