En el reduccionismo del concepto, la
cultura suele ser asociada con los festivales, fiestas patronales, carnavales,
reinados y demás eventos relacionados al folclor de un territorio. En una
definición más amplia e incluyente, la cultura es concebida como el conjunto de
procesos simbólicos y sociales que permiten y promueven formas de organización
social, imaginarios, sistemas de interacción, sistemas normativos, creaciones
materiales, que se constituyen en valores y configuran espacios de
interlocución. Estos valores definen adscripciones de identidad de los grupos
sociales (locales, étnicos, regionales, nacionales, globales), no pocas veces
generadoras de conflictos a lo largo de la historia que hoy, en el contexto de
la globalización, se agudizan y obstaculizan o dinamizan el desarrollo (Abello
y otros, 2013).
En un escenario de posconflicto como
el que se avecina, la apuesta debe ir encaminada hacia la visibilización de la
transversalidad de la cultura como elemento que puede coadyuvar los procesos de
reparación, diálogo social, reintegración, reconstruyendo la memoria colectiva
y el patrimonio histórico y cultural de las comunidades afectadas, a fin de
restablecer su dignidad. Del mismo modo,
la cultura puede tener un gran campo de acción en la recuperación de los lazos
de confianza y solidaridad que existían entre las personas antes de los hechos
que los victimizaron.
Cuando se habla de posconflicto, las ideas
que vienen a la mente son reinserción, fortalecimiento de las instituciones y
de las comunidades en el territorio y el tema de la tierra y el desarrollo
rural; sin embargo, se suelen pasar por alto otras formas de transición para
buscar soluciones a las heridas y fracturas de nuestra sociedad.
En aquellas zonas que han sido
golpeadas por el conflicto y la acción de grupos armados al margen de la ley,
la cultura debe tomar la forma de una política pública, con presencia y
compromiso de la acción estatal. Si desde ya anhelamos la consolidación de
zonas de posconflicto, es importante tener en cuenta que la mediación de la
cultura puede ser útil para establecer unas condiciones óptimas y afirmar las
relaciones entre comunidades.
Desde la cultura se debe empezar a
considerar el posconflicto, lo identitario y cultural al servicio del
fortalecimiento del tejido social, de la tolerancia, la reconciliación y la
memoria, y, sobre todas las cosas, del perdón.
Imaginar la cultura como gran
contribuyente en la construcción de la paz territorial nos incita a concebirla
como dimensión transversal más que como un sector más dentro de la administración
del gobierno.
Prepararnos para la paz requiere ir
más allá del restablecimiento de los derechos y de la garantía de los mínimos
establecidos en nuestra constitución política, se trata entonces de establecer
acciones diferenciales, para que se tenga en cuenta aún lo festivo e
identitario, como escenario para el
diálogo intercultural y la construcción de la paz.