El
mundo en el que vivimos atraviesa por una crisis. No se trata de una crisis
económica o social, se trata de algo más grande, es una crisis de la
civilización humana. Lo que conocemos como "crisis" puede significar un
cambio brusco, o la erosión de algo construido; pero de la misma manera, la
crisis puede constituirse en el espacio y momento propicio para repensar, para
la renovación, para la reinvención.
Desde
finales de la década de los 90, e iniciando el siglo XXI, nuestro país comenzó
a atravesar una crisis. El conflicto armado interno se fue agudizando, trayendo
como consecuencia el desplazamiento de cientos de miles de personas hacia
distintas latitudes del territorio nacional. Ante esta situación la mirada del
mundo se posó sobre los campos de Colombia y la población que emigraba de
ellos.
Una
comunidad que ha sido golpeada por la violencia, a manos de grupos armados,
termina siendo víctima, no solo de los ataques directos a su población, a sus bienes
y posesiones, sino que también, su cultura, su identidad, su tejido social, son
tocados de manera nefasta por el impacto de la guerra.
Transitando
en la búsqueda de soluciones a esta grave problemática social, a esta crisis, hemos
andado por terrenos que nos ofrecen recetas para superar la crisis social y nos
ofrecen métodos para la recuperación social, identitaria y cultural de las
comunidades, cuyos resultados no han tenido el impacto deseado. Es precisamente
esto lo que nos impulsa a mirar a través de otras ópticas.
La
cultura, cada vez más, se posiciona como un recurso acertado para la
transformación de la realidad y está siendo puesta en valor como herramienta
para lograr cambios en medio de situaciones de conflicto.
La
cultura y las prácticas artísticas pueden contribuir para la producción de cambios
políticos y sociales de las comunidades víctimas de los conflictos armados, ya
que nos permite ir en busca de respuestas que van más allá y que son inherentes
al ser. Citando lo manifestado por Nietzsche, “en el arte encontramos el poder
de producir representaciones de la existencia que nos posibilitan vivir”. (NIETZSCHE,
1993)
Siguiendo
este pensamiento, Kolakowski afirma que "el arte es una manera de perdonar
la crueldad y el caos del mundo." Según él, "el arte organiza las
percepciones de lo malo y de lo caótico, introduciendo la comprensión de la
vida de una tal manera que la presencia del mal y del caos se convierte en la
posibilidad de mi iniciativa con respecto al mundo, que lleva en sí mismo, su
propio bien y su propio mal.” (Kolakowski. 1972)
Pasado el tiempo terminamos olvidando
no solo que padecemos de una escasez de recursos y bienes materiales, escasez
que causa pobreza y la muerte de miles de las personas, sino que padecemos de
una carencia de bienes espirituales y simbólicos. Es la cultura la que estimula
las relaciones entre las personas, grupos y comunidades, ella nos permite
dinamizar las vivencias, estrechar los lazos de solidaridad, creando
imaginarios indispensables para el conocimiento del otro y de sí mismos.
En muchas de nuestras comunidades se evidencian ejemplos de construcción de resiliencia, en honor
a las identidades y la memoria, a partir del arte, que nos muestran la lucha de los pueblos en situación de desplazamiento forzado, que refleja el
dolor, el aislamiento, pero que a su vez, refuerza su identidad como comunidad.